viernes, 19 de junio de 2009

QUERER Y NO PODER

Socialdemocracia europea: quiso y no pudo

Como debacle y desastre han sido descritos los resultados de los partidos de filiación socialdemócrata en las pasadas elecciones al parlamento europeo. En España, lejos de tintes tan catastrofistas, la derrota del PSOE frente al PP por dos escaños (23 a 21), siendo un más que serio aviso, no ha sido para rasgarse las vestiduras, aunque tampoco para consolarse con declaraciones balsámicas que nadie toma en serio.

Como se pudo ver, las cuestiones nacionales inundaron la campaña y afectaron al resultado. El PP ofreció sobredosis de discurso conservador, de planteamientos reaccionarios de su candidato, de demagogia ante la crisis, de “socialización” de la corrupción y de ímprobos esfuerzos por consolidar a su líder.

Por parte del PSOE hemos de reconocer cierta incapacidad para llevar temas europeos al debate en una campaña estérilmente polarizada, así como poca eficacia en una batalla contra la abstención que acabó girando en torno al afán por contrarrestar la erosión del gobierno pretendida por la derecha.

Más allá, merece la pena detenerse en el panorama que se presenta una vez configurado un parlamento europeo con rotunda mayoría de derechas, incluyendo una presencia significativa de fuerzas euroescépticas y xenófobas.

¿No habíamos dicho, en medio de la crisis económica provocada por las políticas neoliberales, que era la hora de la socialdemocracia? ¿No habíamos anunciado el momento de gloria de un Estado social otrora denostado por Hayek y Friedman y los herederos de Thatcher, Reagan y Bush? ¿No estábamos predicando un neokeynesianismo asumido hasta por el presidente Obama? ¿Qué ha pasado, no ya en cada país, sino en el conjunto de la UE?

Se veía venir que podríamos verificar que el fracaso del neoliberalismo no implicaba el fortalecimiento de la socialdemocracia. Aparte la penosa situación de algunos partidos socialdemócratas –caso de los socialistas franceses-, es obligado constatar que una alternativa para los duros tiempos que corren no se reconstruye de la noche a la mañana. La socialdemocracia no se libró de una fuerte contaminación neoliberal –ejemplo descollante ofrecen los laboristas británicos que, aparte su coyuntura, pagan las concesiones al thatcherismo-.

A todo ello hay que añadir que, cuando llega la hora, pesan más los motivos nacionales que la cohesión del Partido Socialista Europeo en torno a un proyecto común, como el mismo Joaquín Almunia ha subrayado desde su atalaya en las instituciones europeas.

Tal fragmentación es la que se puede apreciar en medidas frente a la crisis de carácter proteccionista, por más que los partidos socialistas gobernantes no tengan la exclusiva de un nacionalismo económico contradictorio con la normativa de la UE. Además, la incoherencia de apoyar a un candidato neoliberal para la presidencia de la Comisión europea, por intereses nacionales o proximidades territoriales de quienes así se han pronunciado, hace difícil la credibilidad de un proyecto socialdemócrata para Europa.

La socialdemocracia quiso, ante las pasadas elecciones, jugar la carta europeísta, mas parece que no guardaba un as para ganar la partida. ¿Hizo propuestas serias para salir del déficit democrático de la UE? ¿Defendió con suficiente convicción, ante millones de desempleados, la Europa social como “idea-fuerza” para la Europa del futuro? ¿Apostó, ante un incierto Tratado de Lisboa, por reforzar la construcción política de la Unión? ¿Qué planteó sobre inclusión de inmigrantes? ¿Qué sostuvo acerca del papel de la UE en un mundo globalizado? Sus tímidos mensajes sobre estas cuestiones apenas fueron acogidos por la ciudadanía.

No pudo conseguir el apoyo mayoritario de los electores, en parte por no refutar desde los hechos el grosero economicismo que profetizaba Nietzsche ya en 1875, el cual, mientras continúe sin coto, dará alas a la derecha: “Los pequeños Estados europeos están destinados a convertirse en breve (sesenta o setenta años es poco tiempo), bajo el irresistible empuje del gran tráfico y el comercio mundial hacia la última frontera, en económicamente insostenibles.

Solamente el dinero obligará, cuando ocurra, a Europa a apiñarse en una única potencia. Las formas de la democracia y del parlamentarismo serán las menos adecuadas para afrontar tal desafío”. Desde el socialismo democrático pensamos que no debe ser así, pero hay que perfilar qué queremos hacer en esta “aventura inacabada” –fórmula de Zygmunt Bauman- de la construcción europea.

José Antonio Pérez Tapias
Diputado socialista

[Artículo publicado en la revista EL SIGLO, nº 839 (15 de junio de 2009), p.43]

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