lunes, 10 de agosto de 2009

Tres conclusiones en medio de la crisis

Los medios de comunicación, y más en la canícula de un estío inmisericorde, buscan la noticia allá donde puede saltar. Lo cotidiano queda inmerso en el paisaje que nuestras retinas han incorporado como habitual y sólo la quiebra del horizonte por algún acontecimiento destacado rompe la ordenada sucesión de las cosas previstas. Este verano, sin embargo, las fronteras entre lo cotidiano y lo extraordinario no están nada claras. A decir verdad, es lo que corresponde a un momento de crisis como el que estamos viviendo, en el que nada es como era, pero en el que las sacudidas económicas que afectan al sistema financiero, a las empresas de nuestra economía, al empleo de los trabajadores, al consumo individual…, no han desembocado en un panorama que permita decir siquiera que la crisis misma se ha convertido en lo habitual.

Andamos, por consiguiente, a la espera del próximo sobresalto, desconfiando de bienintencionados diagnósticos de “brotes verdes” y acogiendo con actitud escéptica sean los pronósticos de organismos internacionales, las medidas anticrisis de los gobiernos o los movimientos en el seno del sistema bancario. Todo ello exige actos de fe que la ciudadanía no está dispuesta a hacer sin más. Por ello, quienes pueden tomarse unas vacaciones, aunque sea con el cinturón apretado, no lo hacen entonando variante alguna del carpe diem. No están los tiempos para coquetear frívolamente con el dicho bíblico “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Eso no quita, sin embargo, que aun en esos días de ocio que cada cual pueda brindarse se dedique alguna ráfaga de pensamiento reflexivo a extraer algunas conclusiones acerca de lo que está pasando, en medio de la crisis en la que estamos sumidos. Propongo, por mi parte, y sin pretensión alguna ni de originalidad ni de exhaustividad, tres conclusiones provisionales que ya nos pueden servir de referencia para la intelección de los hechos.

Una primera conclusión, visto lo visto, es que en la época dorada que ha precedido a la crisis actual hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Tal juicio, obviamente, se dice respecto a la sociedad en su conjunto, sabiendo que su dinámica se nutre de conductas individuales y que, a la vez, no todos los individuos se comportan de la misma manera. No hace falta decir que no han vivido por encima de sus posibilidades quienes por su nivel de pobreza no han podido hacerlo. Sí hay que subrayar, en cambio, la enorme contradicción que supone a escala global el que haya aumentado la pobreza en una etapa histórica en que se ha generado una enorme riqueza, mas tan desigualmente distribuida que el análisis de su génesis viene a corroborar que la pobreza –¡empobrecimiento!- se ve inducida como reverso de la producción de riqueza tal como de hecho tiene lugar. Pero, volviendo a la sociedad que constituimos, confirma que hemos vivido más allá nuestras posibilidades el consumo desaforado que el mercado fue incentivando como motor cebador de la producción. El crédito fácil de un sistema financiero obsesionado por los beneficios rápidos y cuantiosos, despreciando riesgos, hizo lo suyo para que nos sumergiéramos en un hiperconsumo desastroso. Hoy, cerrados los grifos del crédito, por los apuros del sistema financiero por más que en España no haya resultado tan dañado como en otras latitudes a partir de la crisis del mismo que comenzó a expandirse desde EEUU, y frenado el consumo, nos vemos atrapados por una crisis de sobreproducción que no es fácil de reconducir.

Una segunda conclusión que podemos extraer de lo ocurrido es que no supimos aprovechar bien la época de prosperidad. Deslumbrados por el fulgor de una economía boyante, de continuo exaltada por la hegemónica ideología neoliberal que le daba cobertura, todo se redujo a que cada cual sacara el máximo rendimiento a los recursos que tuviera a su alcance sin consideraciones extrañas a la lógica del mercado. Aunque no faltaron voces que avisaran de los peligros de un sistema financiero prácticamente desregulado o que advirtieran en nuestro entorno hispano de las facturas que pasaría un capitalismo del ladrillo tan desbocado como depredador de recursos naturales, sí faltaron, en cambio, suficientes oídos que les prestaran atención. En consecuencia, la necesaria transformación de un modelo productivo que se veía llegar a su final se fue aplazando, dejando pasar un tiempo decisivo para acometer cambios que requieren plazos largos para su implantación, sobre todo en lo que se refiere a educación y a nuevas actividades económicas basadas en el conocimiento y la innovación.

En tercer lugar podemos considerar como conclusión que destila el momento actual la afirmación que, en un arrebato de sinceridad no exento de cinismo, hizo Bernard Madoff, el protagonista de la mayor estafa de la historia (50.000 millones de dólares), hoy ya condenado por los tribunales estadounidenses: “todo era una gran mentira”. Lo que dijo de su propio invento financiero vale para el sistema en su conjunto, lo cual obliga a admitir que hemos vivido sumergidos en el océano de un gran engaño que entre todos hemos alimentado. El capitalismo, como recuerda Vicente Verdú en su último ensayo, siempre tiene un componente de especulación, incluso de ficción necesaria para que funcione ese vector específico suyo que es la producción de dinero a base de créditos que incrementan el capital circulante, mucho más allá de la riqueza producida por la “economía real”. Tal ficción necesaria –dicho al modo nietzscheano- entra en una fase perversa cuando la dinámica especulativa se dispara hasta un punto en el que se quiebra la confianza de los inversores en el sistema: nadie se fía de nadie y la misma actividad bancaria se ve bloqueada, cuando no en quiebra al destaparse las interioridades de entidades que no pueden responder ante sus impositores. Suenan las luces rojas y es la hora de que el Estado vaya a socorrer a la banca con el dinero de todos. Se aduce que el sistema, como en el cuerpo humano con la circulación sanguínea, requiere tan imprescindible cura. Es inevitable no pensar que se trata de poner en marcha recursos públicos para salvar los beneficios privados. ¿Hasta cuando va a durar tan novedosa reedición del síndrome de Estocolmo? ¿Hasta dónde se puede reflotar la ficción? Responder a estas preguntas, como contemplar lo que se sigue de las conclusiones antes apuntadas, será necesario antes de elaborar una Ley para la economía sostenible como la que el presidente del Gobierno ha anunciado y que tendrá en Andalucía un campo destacado de aplicación.
José Antonio Pérez Tapias. Diputado socialista por Granada
(Artículo publicado en el diario El Faro de Motril el 1 de agosto de 2009)

Fuente: http://argumentosptapias.blogspot.com/2009/08/tres-conclusiones-en-medio-de-la-crisis.html

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